martes, 22 de septiembre de 2009

Celuloide a Quemarropa.-Parte I

    Voy a recuperar uno de los artículos que escribí para el número cinco del  fanzine que da nombre a este blog, allá por el lejano 1993. Si bien el fondo sigue siendo el mismo, me he acabado de dar cuenta de cómo Internet ha cambiado definitivamente nuestras vidas. Este extenso articulo fué redactado en muchas largas noches de tren, pertrechado con gran cantidad de libros y revistas en diversos idiomas para la documentación. El obtener material gráfico válido también era ardua tarea. En cambio, ahora, con una simple búsqueda en Google obtienes más informacion de la que eres capaz de procesar. Desde partidas de nacimiento hasta las fotografías policiales que nunca pensaste que llegarias a ver. Imágenes inéditas, vídeos, prensa de la época, clubes de fans...todo está en la web.
    Las unicas modificaciones importantes  que me he tomado la libertad de introducir son, por un lado, el cambio de las imágenes que acompañan al texto, y la introducción de los hiperenlaces a las peliculas correspondientes. Ni siquiera he corregido algunos errores en los datos de algunas de ellas. Y dieciséis años después, hay unos cuantos. Menos de los que esperaba, también es verdad.





PARTE 1. LOS ORÍGENES. ED GEIN

  La puerta de la trastienda se abre silenciosamente y por ella se introducen los dos niños que, vencidos por la curiosidad, desoyen la prohibición paterna. Ante ellos tienen ahora a su madre, embutida en un delantal de cuero negro, chorreando sangre, con los brazos introducidos hasta el codo en el vientre de un cerdo, extrayendo del interior las vísceras que corta con un gran cuchillo de carnicero. El pequeño Henry huye aterrado, pero su hermano Eddy permanece de pie, fascinado.

   16 de noviembre de 1957. El sheriff de Plainfield, Wisconsin decide registrar la granja de los Gein, deseando encontrar alguna evidencia que le permita aclarar la extraña desaparición de Bernice Worden, la propietaria de la tienda de ultramarinos local, a la que nadie ha visto desde la mañana. La única pista con la que cuenta es que varios vecinos vieron un par de veces la camioneta de Ed Gein aparcada frente a la tienda.
    Ed es el único miembro vivo de la familia Gein. Su madre, una mujer posesiva obsesionada con la degeneración moral del resto del pueblo, había muerto hacía ya 12 años, perturbada por la muerte de su otro hijo -Henry- el año anterior, ocurrida por asfixia mientras quemaba rastrojos con Ed. El que Henry apareciera con el cráneo aplastado fue algo a lo que nadie le dió importancia entonces. Causó mayor trastorno en el pequeño pueblo el que desaparecieran hasta media docena de personas sin dejar rastro alguno. Pero al bueno de Ed Gein, un solterón de 51 años cuyas únicas amistades en el pueblo eran las mujeres de edad avanzada, nada parecía importarle.
   Recluido en su granja, sólo iba al pueblo para abastecerse en la tienda de la señora Worden o para echar una mano a algún vecino, con lo cual sacarse algún dinero. Así, los habitantes de Plainfield consideraban a Ed un hombre tímido, amable con los niños y poco amigo de bares y diversiones. Pero para el sheriff es solamente la última persona que vió viva a Bernice Worden.



    Son las ocho de la noche cuando varios agentes de policía entran en el cobertizo. Las linternas empiezan a temblar cuando bajo su luz aparece el cuerpo de una mujer, suspendido del techo por los tobillos, con un gran tajo desde la pelvis hasta el esternón, sin cabeza y despojado de vísceras, como si fuera una res en el matadero. El posterior registro de la vivienda revela una espeluznante escena de horror: el corazón de la señora Worden aparece en una cazuela, sus entrañas envueltas en papel de periódico sobre la mesa de la cocina, junto a la parte superior de un cráneo utilizado como plato sopero y, finalmente, su cabeza dentro de una bolsa de plástico, con las uñas de sus pulgares atadas a las orejas, como si fuera a ser tendida para secar. A la mañana siguiente aparecen otras cosas no menos curiosas: sillas tapizadas con carne humana, dos cráneos utilizados como remate de las patas de la cama, una lámpara y una papelera hechos de piel, un cuchillo con mango de hueso humano y varias calaveras más. Coleccionadas en cajas de zapatos, aparecen ocho vaginas disecadas (excepto la última adquisición), una de ellas pintada de color plateado, cuatro narices, varios pares de labios y un completo surtido de retales faciales. Colgadas de la pared hay cuatro máscaras resultantes de arrancar la piel de un cráneo, puestas a secar. Otras cinco están repartidas por la habitación, ya disecadas, con cabellos cuidadosamente añadidos, e incluso algunas con los labios pintados. La lista de artículos de la factoría Gein no parece tener fin: pantalones de cuero (¡humano!), un delantal hecho con el torso de una mujer, infinidad de huesos, miembros genitales, pechos femeninos...

   La capacidad de sorpresa de la sociedad bienpensante de los Estados Unidos se vió desbordada hasta límites insospechados: las posteriores confesiones de Ed Gein fueron el punto final a una convivencia relajada. El relato de cómo aquel vecino tímido visitaba los cementerios y profanaba las tumbas para añadir nuevos "gadgets" a sus colecciones, aunque nunca llegara a perpetrar actos de necrofilia -"olían muy mal", declaró- y bailaba a la luz de la luna disfrazado con la piel de sus víctimas, cortó la digestión de más de uno. Como  la cortó a varios de los vecinos que tuvieron que ser hospitalizados por disfunciones gástricas después de que el bueno de Eddie revelara cual era la procedencia de aquellos botes de carne "de venado" en conserva con los que gustaba obsequiarles.

 Las autoridades decidieron, en su infinita sabiduría, que Edward Theodore Gein no estaba en condiciones de ser sometido a juicio, por lo que lo internaron de por vida en varios centros psiquiátricos, donde siempre destacó como paciente modelo. Murió en junio de 1984.
    Ed Gein no ha sido, ni mucho menos, el "mejor" asesino del siglo, ni en cantidad -se estima que no mató a más de seis personas- ni en calidad -sus atrocidades han sido superadas por otros, auténticos estetas del crimen. La importancia de Ed Gein radica en el impacto que causó su figura en la sociedad burguesa de la época, en la sacudida brutal de los cimientos de la América profunda y en el camino que abrió, a golpes de cuchillo, en los senderos de la imaginación literaria y cinematográfica.


    Originariamente la historia de Ed Gein sirvió de inspiración al relato de Robert Bloch "Psycho", utilizado por Hitchcock para crear una de las obras maestras del cine de terror: Psycho (1960). Esta cinta dio lugar, a su vez, a infinidad de imitaciones entre las que se puede destacar Homicidal (1961), de William Castle, Scream of Fear (1961), Maniac (1961), Paranoic (1963), estas tres del británico Freddie Francis, quien más tarde realizaría Psychopath, a partir de otro guión de Robert Bloch. Psycho, tuvo tres secuelas directas: Psycho 2, en la que Anthony Perkins retomaba el papel de Norman Bates, Psycho 3, en la que incluso se atrevió a tomar las riendas de la dirección, y Psycho 4, en la que se exploraba la infancia y juventud del personaje. Todas ellas confirman aquello de "segundas partes nunca fueron buenas", ya que, salvo algunas escenas dotadas de un particular humorismo, son francamente soporíferas. En 1987 se rodó el episodio piloto de una serie televisiva, Bates Motel, pero la decadencia de la saga, unida a la aparición de nuevos y mejores "killers" de la pantalla, hizo desaconsejable su continuación.



    En 1974 Bob Clark dirigió la que hasta ahora puede considerarse la versión más rigurosa de las proezas de Gein: Deranged, con guión de Alan Ormsby y la construcción de los cadáveres y demás artículos a cuenta de Tom Savini. Una obra maestra llena de emoción, capaz de sumergir al espectador en el verdadero mundo del carnicero de Wisconsin.



 Ese mismo año apareció otro clásico (seguramente "el clásico"): la legendaria Texas Chainsaw Massacre (La Matanza de Texas), de Tobe Hooper. Aunque Gein nunca utilizó para sus trabajos una sierra mecánica, las referencias son evidentes: la máscara humana de Leatherface, la momificación de los venerados ancestros, incluso la decoración de la casa al más puro Gein-Style, todos ellos elementos que fueron utilizados en las dos secuelas del clásico, auténticos "tour-de-force" del horror y el desmadre mecanizado.
   Otros films influenciados por la tanatotecnia son la serie Viernes 13 (creo que ya va por el capítulo 9), con el enmascarado Jason y la cabeza disecada de su mamá -¡como!, ¿se me había olvidado?: el bueno de Ed Gein recuperó a su progenitora de la tierra y la instaló en su dormitorio, a modo de reliquia-, Death Trap (Eaten Alive), de nuevo de Tobe Hooper y con un Robert Englund joven y macarra, o Motel Hell, de Kevin Connor. Recuperan la figura del solitario elaborador de escabeches y patés de alto contenido en colesterol, aunque su visionado sólo es recomendable para completistas, "gourmets" sofisticados o adictos a Antena 3.


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